Los Changos: habitantes de las sombras

Panorama geográfico regional/El clima desértico/Presencia del agua en el desierto de Atacama/ Condensación de neblinas/ Aprovechamiento de aguas subterráneas/ Manantiales de agua dulce en el mar/ Lluvias artificiales/ Desalación de agua de mar y salada/ Nombrando al desierto/ Los Changos: habitantes de las sombras.

Este litoral, con un clima desértico tan característico, fue un espacio muy poco habitado. Hubo pobladores primitivos, cuyos restos datan desde períodos tan tempranos como 7.730 a. c., y desde la expansión inca y luego la española, los únicos pobladores de esta costa han sido aquellos conocidos como changos, quienes se adaptaron a estas rigurosas condiciones naturales y obtuvieron del mar su sustento. Esta es la razón de la curiosidad y asombro de los europeos, los que incrédulos fueron constatando en sus viajes las primitivas formas de sobrevivencia en este medio extremo, donde no había agua, ni vegetación, ni leña, ni fi bras para construir una vivienda. Sin embargo, este pueblo de pescadores sería el primero en ir desapareciendo por asimilación étnica en el pueblo chileno.

Desde el paso de los primeros bajeles europeos, estos pescadores fueron vistos navegando en sus originales embarcaciones de cueros de lobos marinos. En 1938, Gualterio Looser, del Museo de Historia Natural, hizo un resumen bibliográfi co de todo lo que se había publicado sobre este pueblo de pescadores y de sus embarcaciones, en Chile y en el exterior. Los registros documentales de las balsas datan desde  la Conquista. El propio Francisco de Aguirre usó una  de ellas para abordar en Coquimbo el barco que traía al magistrado encomendado por el virrey del Perú para solucionar su confl icto de poder con Villagra; luego, en 1587, el corsario inglés Thomas Cavendish vio a estos indios en sus balsas, en Cerro Moreno.  El cronista Cieza de León habla de estos navegantes, cuyas familias viven desde el sur del Perú hasta las costas centrales de Chile; a su vez, el cronista Reginaldo de Lizárraga da noticias de ellos en la costa del “despoblado”, donde hay unas caletillas con poca agua y salobre, por cuya carencia los indios bebían la sangre de los lobos marinos. También el padre Diego Rosales se refi ere a ellos, en el siglo XVII y el abate Feuillée los vio en Cobija, en mayo de 1709; su dibujo de estas balsas de puntas arrufadas sería copiado por los editores posteriores.

Por su parte, Amadeo Frezier, ingeniero de la misma expedición científi ca francesa, hace una larga descripción de estos pescadores que habitaban la boca del Maule, publicada en 1716 y cuya imagen de un chango, cerca de Valparaíso, también será posteriormente reproducida muchas veces. A inicios de la República, Mauricio Rugendas los pinta junto a sus balsas en Coquimbo, igual que su compatriota F. Von Meyen, y en 1854, Rodulfo  Amando Philippi los dibuja en caleta El Cobre.

En 1870, Andrée Bresson los ve en Paposo, y así los van retratando otros extranjeros del siglo XIX. A pesar que estos viajeros afi rman que los changos son nómades, no parecen ser tales en el siglo XIX, ya que vivían en caletas conocidas, con agua disponible, como son las numerosas que se encuentran al sur de Caleta Coloso, en la provincia de Taltal, donde las mujeres críaban cabras en los cerros, con vegetación xerófi ta. Al norte estaban los changos de Cobija, que frecuentaban la aguada de Cerro Moreno y tenían contacto con los pueblos del interior, a quienes les vendían charqui de pescado y de mariscos. Esta aguada y la existencia de alguna vegetación en el alto de este morro, compuesta por especies, que asombraron a los botánicos por la distancia en que se encontraban de su lugar de origen, situado a miles de kilómetros.24 En sus observaciones explican la presencia de guanacos, que los changos cazaban cuando estos animales iban a beber en la poza de la caverna. A fi nes del siglo XIX, integrados a muchas faenas  mineras y portuarias, estos pescadores, que dominaron este litoral tan inhóspito, desaparecieron rápidamente de los censos de la Armada de Chile. En 1895 eran apenas 7 los pescadores en Taltal, 10 en Paposo, 4 en Cobija y 9 en Tocopilla, mientras en Antofagasta, donde no había ninguno cuarenta años antes, había 30. Cuatro años después llegaron a 45, pero no eran ya exclusivamente changos, había pescadores de diferentes partes del país, incluso algunos extranjeros. En las Memorias del Ministerio de Marina también se aprecia la rápida desaparición de las balsas de cueros de lobos, que sirvieron incluso a los estibadores de los puertos de la costa, que no eran necesariamente changos. En 1864, el 7,5% de todas las embarcaciones de bahía, en los puertos habilitados de la costa chilena, eran balsas de cueros de lobos, con 34 unidades censadas. En 1888, apenas quedaban las últimas dos balsas de este tipo en el puerto de Huasco, en cambio  en Pisagua no se registraba ninguna, a pesar que Melton Prior retrató al año siguiente seis de estas embarcaciones, donde los estibadores las usaban para llevar sacos de salitre a los veleros que estaban anclados fuera de la línea de costa para evitar las rompientes del oleaje. Las últimas balsas en uso las observó Ricardo Latcham en 1910 en la caleta de Paposo y en la bahía de Coquimbo, sin embargo, en 1933 Mettler vio a estos changos pescando en Cruz Grande, puerto de embarque del hierro del Tofo. En 1955, Jorge Iribarren, Director del Museo de La Serena, organizó una expedición a las caletas del norte, para contactar a estos tripulantes, que Guillermo Millie había fotografiado navegando 15 años antes en la costa. En Punta Choros, Carrizalillo y Chañaral de Aceitunas,  donde los pescadores usaban estas balsas, conoce a la última familia que sabía construirlas. Diez años después, en 1965, Hans Niemeyer contacta a un pescador de esta familia, quien le construye una balsa de cueros de lobos en Chañaral de Aceitunas, cuando este hombre había reemplazado para salir a pescar su vieja balsa, de 1943, por un bote moderno, con motor a gasolina, poniendo fi n a la característica cultural más connotada de este pueblo de pescadores.