Condensación de neblinas

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En aquellas costas rodeadas de cerros, de cientos de metros de altura, con nieblas bajas habituales y abundantes a lo largo del año, los pueblos han desarrollado diferentes estrategias para condensar, conducir y aprovechar las aguas contenidas en estas nubes. En las costas del Mediterráneo, desde los tiempos más remotos, los agricultores  amontonaban piedras al pie de los árboles frutales para facilitar la condensación del agua, contenida en la niebla que pasa rasante, que escurre en estas piedras y se infiltra en el suelo, manteniendo la humedad por más tiempo, por falta de insolación directa. También en estas costas desérticas hay plantas que contribuyen a condensar el agua suspendida en las neblinas, como ocurre con una furcroya (lirio gigante) de las islas de Cabo Verde, donde, con 60 plantas, puestas en escalera, se colecta una media diaria de 200 litros de agua dulce y 600 litros en días con más horas de neblina. En la costa norte de Chile la condensación de la neblina ocurre en forma natural en todos aquellos cerros que tienen la altura apropiada, donde crecen bosques relictos, como los de San Jorge y Talinay, en Coquimbo y el cerro El Tigre, en Zapallar. Para superficies a más baja altura, los pueblos del litoral de la zona central disponían numerosas piedras en los campos sembrados, pero no arados, para que estas piedras horadadas causaran la condensación de las aguas contenidas en las nieblas. De hecho, en las rocas sobresalientes ubicadas en los faldeos de los cerros, crecen conjuntos de árboles y arbustos, que aprovechan la condensación del agua de las neblinas. Lo interesante es que estas piedras de una cultura prehispánica se encuentran mayoritariamente en los terrenos de cultivo de los valles, por donde penetra en forma rasante la niebla marina, sin que se vea a metros de distancia. Lo mismo ocurre en otros lugares como Melipilla y en la quebrada de San Jerónimo, entre Casablanca y Algarrobo, donde hasta el presente se recogen.

En Chile se hicieron los primeros ensayos para captar el agua de las neblinas en 1961 por la Universidad del Norte de Antofagasta, y a partir de 1963 las investigaciones se llevaron a cabo a través de un convenio con la Oficina Meteorológica, lo que mejoró los diseños de los instrumentos utilizados y los lugares elegidos para su instalación, acumulándose una gran experiencia práctica en este sistema.  A partir de 1980, el Instituto de Geografía de la  Pontificia Universidad Católica de Chile informaba sobre sus primeros resultados con los atrapa-nieblas en el alto del Tofo, lo cuales condensaban diariamente 12.000 litros de agua, que utilizaban 450 habitantes de la caleta de Chungungo, en la región de Coquimbo. Este buen resultado sería el comienzo de un largo trabajo de investigación sobre esta técnica en otros lugares del país y en otras costas del Pacífico Sudamericano y de localidades en el Golfo Pérsico, en el Océano Índico, experiencias reunidas y ahondadas con las investigaciones que se llevan adelante en el Instituto del Desierto, dependiente de esta universidad.